¿Por qué nos cuesta cumplir los propósitos de Año Nuevo?
Hoy hablamos de por qué nos cuesta cumplir los propósitos de Año Nuevo.
¿Sabes esos programas de televisión donde se imita a cantantes famosos, donde quien va a imitar entra en una cabina y, cuando sale, por arte de magia, en un segundo está ya caracterizado como ese cantante en cuestión? ¿Has visto alguna vez uno de estos programas, oyente? Sí, ¿verdad? Pues yo creo que con los propósitos de Año Nuevo nos pasa un poco como a esas personas. ¿A qué me refiero? A que pensamos que salimos del año anterior y milagrosamente ya nos sentimos diferentes para encarar todos los propósitos del nuevo año. Como si a las once y cincuenta y nueve fuéramos de una manera y, a las doce, fuéramos de otra. Como si la entrada en el nuevo año fuese como la cabina de esos programas de televisión. Pero claro, todos sabemos que la cosa, en realidad, no funciona así, y por eso nos vamos a hacer la pregunta de: ¿por qué nos cuesta cumplir los propósitos de Año Nuevo?
El que más y el que menos se hace algún propósito de Año Nuevo, aunque sea muy pequeño. Lo hacemos año tras año, aunque todos los años anteriores hayamos fracasado en el intento. Soy consciente de que, con esto de abandonar los propósitos de Año Nuevo, a veces nos podemos sentir un poco fracasados y un poco solos, pero tranquilo, oyente, no estás solo en esto. Lo cierto es que las estadísticas dan unos datos bastante desoladores.
Hay estudios que dicen que, por regla general, el 73 % de la población es capaz de mantener sus propósitos durante la primera semana; el 64 % abandona tras el primer mes; el 46 % abandona a los 6 meses, y solo el 8 % de las personas alcanza su objetivo final.
Tranquilo, oyente, que no todo es negativo. Déjame que te dé un dato positivo sobre los propósitos de Año Nuevo. Vamos a ver un estudio que se hizo en la Universidad de Scranton, en Estados Unidos. La idea era reunir a un grupo de personas que tenían como meta alcanzar un objetivo, un objetivo cualquiera. Se les dividió en dos grupos: un grupo se lo planteó como un propósito para el Año Nuevo, y el otro no se lo planteó así, se lo planteó como un objetivo normal. ¿Resultado? Después de seis meses, el 46 % de los que se lo habían planteado como un propósito de Año Nuevo seguían adelante y, en el otro grupo, solamente el 4 %. Esto confirma que el efecto “año nuevo” sí nos influye y nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos. Es decir, esa sensación que tienes al empezar el año, que estás más motivado y con ganas de hacer cambios, te ayuda a lograr lo que te propones. Entonces, aunque mucha gente fracasa en sus propósitos, los datos también nos dicen que el comienzo del año es un buen momento para intentar hacer cambios en nuestra vida.
Pero si algo nos dicen todas estas cifras y datos es algo que sabemos todos porque lo hemos vivido en nuestras propias carnes: cumplir con esos objetivos es muy, pero que muy complicado. ¿Por qué? Bueno, lo cierto es que parece ser que hay varias razones por las cuales es complicado que cumplamos estos propósitos que nos proponemos cumplir con nuestra mejor voluntad.
Vamos a empezar por la neurociencia. Vamos a ver cómo funciona nuestro cerebro con esto de los propósitos. Porque los propósitos no son más que cambios que pretendemos hacer, pero, ¡sorpresa!, a nuestro cerebro no le gustan los grandes cambios ni los cambios radicales.
Nosotros tendemos a entender el año por ciclos, y, por lo tanto, entendemos que la llegada del Año Nuevo es cerrar un ciclo para abrir otro. Lo vivimos como un renacer, de ahí que queramos hacer cambios y nos planteemos nuevos retos. Pero a nuestro cerebro no le pasa eso, y no le gustan los cambios, como ya dijimos antes. Nuestro cerebro no está en un nuevo ciclo; está como siempre. Para nuestro cerebro, hacer esos cambios supone que tiene que quitar el piloto automático, que es el modo de vida que le gusta, y hacer un esfuerzo extra. No quiere hacerlo, y ante ese esfuerzo que le estamos obligando a hacer, se rebela, porque lo ve como una amenaza. Se pone a pelear y nosotros, para conseguir ese objetivo, necesitamos pelear con nuestro cerebro.
Está claro que, para plantar cara a nuestro cerebro y poder lograr estos cambios, tenemos que tener fortaleza y disciplina. Y esa es la principal razón por la que fracasan los propósitos de Año Nuevo, nuestro cerebro gana esa batalla.
Según la Asociación Psicológica Estadounidense, la principal razón por la que no conseguimos estas metas es porque creemos que será suficiente con tener fuerza de voluntad. O sea, pensamos que solo necesitamos fuerza de voluntad y nada más, pero no es así, necesitamos muchas más cosas. Recuerda que tenemos que pelear con algo tan poderoso como nuestro cerebro, y esa fuerza de voluntad no nos va servir por sí sola. Necesitamos fuerza de voluntad, pero también disciplina, motivación, hábitos, objetivos relevantes para nosotros…
Imagínate que te pones como propósito correr una maratón en 2025, que, como sabes, son más de 40 kilómetros. Te pones ese propósito teniendo en cuenta que no has corrido en tu vida. No tienes experiencia corriendo. Es decir, partes de cero y pretendes correr en un año una carrera de 42 kilómetros. Creo que todos entendemos que lo más probable es que este propósito fracase. ¿Por qué? Porque, para que un propósito triunfe, debe ser asequible, medible, flexible, realista y relevante. Y lo que hacemos normalmente con los propósitos es que elegimos unos que son poco reflexionados, demasiado exigentes o incluso no son muy relevantes. A mí me ha pasado muchos años, que me ponía como propósito salir a correr, pero no me gustaba mucho ni tenía un objetivo muy definido ni organizado, entonces después de unas semanas me olvidaba del propósito, me daba pereza salir a correr y dejaba de hacerlo.
¿Cómo puedes tener más posibilidades de éxito? Pues teniendo propósitos que hayas reflexionado bien, que estén bien definidos. Pensar por qué quieres conseguir eso, por qué es importante o relevante para ti, dividir el propósito grande en pequeñas metas semanales que sean asequibles, ser flexible cuando fallas o no alcanzas el objetivo, ser disciplinado y seguir el plan a pesar de que un día estés sin motivación o sin ganas…
Por ejemplo, si tú quieres comenzar a correr, no te pongas como objetivo hacer una maratón, ponte como objetivo o propósito establecer el hábito de correr 3 veces por semana. Luego puedes dividir ese objetivo y poner algunas metas sobre los kilómetros que vas a correr cada semana y podrías ponerte una meta de ir a alguna carrera, pero es algo que puedes ir definiendo durante el año.
Todo propósito necesita de una reflexión y de una conversación con uno mismo para entender primero realmente qué queremos conseguir con eso y las razones por las que lo hacemos. Parece una obviedad eso de que tiene que ser algo que realmente queremos, pero no lo es. Muchas veces nos proponemos un propósito o una meta porque creemos que tenemos que hacerlo.
Por ejemplo, mucha gente fracasa en propósitos como dejar de fumar porque lo hacen simplemente por presión social, porque la sociedad les dice que hay que hacerlo, pero realmente no quieren o no están convencidos de ello. Una vez más, si no estás convencido de las razones, si lo haces por inercia, la batalla la va a ganar tu cerebro siempre. En ese caso, en lugar de intentar hacer ese cambio, es mejor dedicar tiempo a reflexionar e informarse sobre ello. ¿Has intentado dejar de fumar en varias ocasiones y nunca lo has logrado? Pues antes de intentarlo otra vez, infórmate bien por qué la gente deja de fumar, habla con personas que lo han conseguido, aprende sobre las consecuencias de fumar, visualiza futuros negativos que serán consecuencia de tu consumo de tabaco… Quizá reflexionando sobre todo eso y adquiriendo toda esa nueva información, el objetivo de dejar de fumar se vuelve más relevante para ti.
Eso nos lleva a preguntarnos las razones por las que lo hacemos. ¿Por qué quiero correr? ¿Por qué quiero dejar de fumar? ¿Por qué quiero aprender español? Es necesario tener una profunda conversación con uno mismo para entender las razones de ese propósito. Una vez que las razones sean reales, propias y concretas, el propósito será mucho más fácil de cumplir.
Por ejemplo, quiero hacer deporte para tener un físico envidiable. No me parece una razón muy relevante. En cambio, si quiero hacer deporte porque siento mayor bienestar físico y mental cuando hago deporte, esa sí es una razón relevante. Otro ejemplo. Quiero dejar de fumar porque fumar es malo. No me parece una razón muy relevante, claro que es malo, pero eso ya lo sabes desde siempre. En cambio, quiero dejar de fumar porque no quiero tener cáncer y morir joven o porque cuando juego con mis hijos o con mis nietos me cuesta respirar. Esa es una razón importante y más relevante para ti.
Evidentemente, luego hay razones más mundanas que hacen que fracasen los propósitos, como, por ejemplo, no llevar un seguimiento del mismo. Es decir, no analizar cómo se empezó y los pequeños logros o la evolución que se está teniendo. Analizar el proceso y el progreso lleva a varias cosas. Primero, analizar qué está funcionando y qué no está funcionando, y, sobre todo, ver los pequeños logros que hacen que te motives para alcanzar tu meta final. Si he conseguido estar un mes corriendo, tengo que darme una palmadita en la espalda por ese mes, tengo que celebrar ese logro.
Además, analizar cómo ha sido el progreso. Por ejemplo, igual me doy cuenta de que estoy más motivado por las mañanas que por las tardes. Igual detecto ciertos hábitos o rutinas que me ayudan o perjudican para conseguir mi objetivo. Eso es un aprendizaje muy valioso para hacer cambios que permitan aumentar las posibilidades de conseguir el propósito.
Y, sin duda, el gran enemigo a batir es el cerebro, que va a intentar llevarnos al autosabotaje, a la pereza, a la falta de voluntad y a decir: “Por no hacerlo hoy no pasa nada” o “hoy no, mañana”. Y esa frase se acaba repitiendo día tras día. Resultado: cerebro 1, nosotros 0. Y para batir al cerebro, solo tenemos que hacer una cosa, dejar de pensar y actuar. Tu cerebro siempre va a intentar convencerte para no salir a correr o para fumar un cigarrillo, tienes que ignorarlo y dejar de pensar, solo actuar.
En resumen, el propósito o los propósitos que te propongas este Año Nuevo deben ser realistas y basarse en una razón real y profunda. Tienes que diseñar un plan, ser disciplinado e ignorar a tu cerebro todas esas veces que te diga: “no lo hagas”. Hazlo sin ganas, sin motivación, sin energía, simplemente, hazlo. Esto parece un anuncio de Nike, pero es que realmente era un buen eslógan, just do it. Y recuerda, no seas duro contigo mismo. Ser duro y cruel con uno mismo nunca ayuda y suele generar el efecto contrario al deseado. Recuerda: aunque solo un 8 % logra sus propósitos, solo depende de ti pertenecer a ese grupo.